Por Juan Solórzano Arévalo
.-Después que se produjo la juramentación
de la independencia peruana, el 28 de Julio de 1821, por el generalísimo José
de San Martín, bajo el “protectorado” de su gobierno, la aristocracia colonial
hispano-criollo, buscaron el apoyo del libertador, para implantar un gobierno
“monárquico” constitucional, similar al de Inglaterra, porque consideraban que
las condiciones culturales, políticas y sociales no permitían al Perú un cambio
tan brusco, para constituir un estado republicano libre y soberano, ni mucho
menos federal.
Sin embargo se adopta el modelo republicano de Estado, que surge de la ilustración europea, matizada con
aportes de la ilustración francesa y la ilustración española o monárquica.
Es así como la naciente República, vivió
un prolongado periodo de inestabilidad política, durante 108 años, donde se
promovieron la imposición del caudillismo, con sus luchas permanentes por
alcanzar el poder, tanto militar como civil, algunos “constitucionales”, pero
lo más surgidos de decisiones de cuartel, encabezados por coroneles o
generales, movidos por intereses personales o egoísmos de grupos, con el único
propósito de consolidar y afianzar el modelo de organización política propuesta
por el unitarismo republicano, teniendo un gobierno central, cuya base estaría
en la capital de la república, debido a que no se contaba con ningún proyecto
de desarrollo histórico-nacional, que debía englobar una política coherente y
armónica, en concordancia con las necesidades reales de una geografía
accidentada y de sus recursos económicos de cada región y su desarrollo social
respectivo.
Esta inestabilidad política prolongada,
sin duda le ocasiono un gran costo institucional al país, porque no permitió
crear las condiciones de desarrollo, desde muy temprano, a diferencia de los Estados
Unidos que solo tuvo cinco años de inestabilidad política entre 1860 y 1865,
para luego abocarse a crear las condiciones de una futura nación industrial.
Según Lipset “Todos los estados que
recientemente han logrado su independencia se enfrentan con dos problemas
interrelacionados: Legitimar el uso del poder político y establecer la unidad
nacional”
Evidentemente estos dos problemas al no
ser afrontados por un proceso político
de democratización de una ciudadanía sin restricciones y de movilidad social dinámica,
origino una suerte de polarización económica, con grandes desigualdades
sociales que no ayudo a consolidar una burguesía capitalista con una
vocación “constructora e inclusiva de
país”. De hecho en lo referente a la movilidad social de la
población, si bien es cierto que en la
colonia el mestizaje de indios con españoles no fue permitido, si se alentó una
cierta movilidad social entre los mestizos, cuidando que no se formara una
unión entre indios y negros, de tal manera que pudiera formarse una clase
social que pusiera en jaque el sistema económico, tal como señala Arpa
(2011). Este patrón de conducta social,
fue mantenido por muchos años más, por las clases y élites criollas, después de
la independencia, porque era rentable para
sus negocios. A decir de (Ossenbach, 1993) en naciones como el Perú, con un
lastre histórico colonial y una anarquía posterior a su independencia, se
impuso la necesidad de afirmar el estado, antes que supeditarse a cualquier
consideración social de igualdad de derechos.
El modelo republicano implementado, al principio no tuvo un modelo de
desarrollo, alternativo al modelo colonial extractivista-primario. Por un lado
teníamos a una elite criolla norteña y
centralista que propugnaba medidas proteccionistas antes que por políticas del
libre comercio, como si lo prefería la elite del sur andino. Ejemplo ideológico
de esta disputa se ve reflejado en la Ley de Prohibiciones, dada en Junio de
1828, mediante el cual se prohibía la importación de productos que eran
producidos en el Perú, con el fin de establecer una industria local fuerte.
Frente a ello hubo voces que se opusieron a esta medida gubernamental como la
de Manuel Lorenzo de Vidaurre, que haciendo
mención a las ideas liberales de Say, Adam Smith y Duyoner, sostenía que “todos los hombres tiene por naturaleza el
derecho de comprar de quién quieran y de vender del mismo modo; no se pueden
crear gabelas para beneficiar a cierto número de miembros de la sociedad
imponiendo nuevas obligaciones a los demás y el gobierno no debe hacer que
choquen la economía doméstica con la política” (Basadre, Historia de la
República).
Este mercantilismo readoptado basado en
la extracción y acumulación de los metales preciosos y de una incipiente agricultura,
no necesito mano de obra calificada por lo tanto la incorporación a la educación pública de las poblaciones
marginadas fue escasa. Lo que si ayudo
este modelo educativo de inicios de la república fue a generar indirectamente
mano de obra para la burocracia estatal y los servicios complementaria para el
modelo económico (Ossenbach, 1993)
Si bien es cierto que la primera
constitución del Perú de 1823, señalaba que el estado a través del congreso iba
a dictar las políticas y directivas necesarias para asegurar esa educación
pública a todos los ciudadanos, esta
aspiración política no pudo hacerse por mucho tiempo efectiva, por la ineficacia
del aparato estatal tal como lo señala Galdos (2011) al estudiar a Manuel
Vicente Villarán, de quién dice que:” investigó
a fondo el proceso de la instrucción primaria entre 1821 y 1901. Su evaluación
nos muestra que fue un fracaso debido a la pobreza de los municipios, la
desorganización casi permanente de estos, su incompetencia pedagógica y
administrativa, la falta de control del Poder Ejecutivo sobre la administración
escolar ejercida por las municipalidades, la carencia de inspectores de
educación debidamente preparados para esta función y la falta de un órgano central
de dirección”
En cuanto a los niveles de desigualdad y
su relación con la pobreza y desarrollo económico, el país heredo las prácticas coloniales, que afectaba
sobre todo a la población indígena y negra,
al no ser equiparados en iguales derechos con la élite criollo, en parte
por el modelo económico heredado, pero también porque estas mismas élites
considerando lo que les había pasado a las clases acomodadas de la revolución
francesa, no quisieron impulsar reformas que pusiera en riesgos su integridad
personal, familiar y patrimonial.
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