Por Juan Solórzano Arévalo
.-En paralelo al desarrollo del Perú,
post independencia, la otrora influyente metrópoli española, durante todo el
siglo XIX devino en decaimiento económico producto de un atrasado sistema de comunicaciones
y de transporte, una agricultura atrasada, un escaso mercado interno, un escaso mercado de capitales, instituciones
políticas en lento proceso de reconversión y un lento crecimiento demográfico. La
otra cara de la moneda era Inglaterra que avanzaba conjuntamente con Francia y
Alemania hacia un proceso de expansión industrial, en el marco de una
combinación de democracia y mercado libre, donde por ejemplo el derecho a la
propiedad privada, se consagraba en normas jurídicas muy explicitadas.
En el resto de América Latina,
principalmente de México, Brasil, Argentina y Chile, los procesos de
industrialización se iniciaron muy temprano después de sus independencias, que
ya para el año de 1890, estos países contaban con una industria de importante
de bienes de consumo no durable, de insumos intermedios y de algunos casos de
bienes de capital (Echevarria, 2005)
Sin embargo esta industrialización ha
sido en cierta medida controlada por los países europeos hegemónicos de
entonces, al apostar por que la inversión industrial se concentrará en la misma
Europa, Estado Unidos y Canadá y a Latinoamérica llegará capitales para
asegurar la provisión de materias primas. William Jacobs de la Foreign Office
en un memorándum elaborado en 1806, gráfica muy bien el pensamiento político
sobre esta política de inversiones, seguida por muchas décadas después, al
decir: “Una influencia predominante en
las provincias españolas de México, Nueva Granada, Perú, Chile, y Buenos Aires,
sería la consecuencia más beneficiosa para Gran Bretaña, desde un punto de vista político, comercial y naval [...]
mediante la ampliación del consumo de nuestros productos fabricados, y el
suministro hacia nosotros con muchas materias primas [...] dado el exceso se
puede obtener (para los mercados de América Latina), estos diez millones de
personas que se vestirían con los productos de nuestros telares, ya que sería
más ventajoso para ellos enviar su lana
y su algodón a Inglaterra, y recibir de vuelta fabricado, que continuar su
tejido de esos artículos”
Es curioso saber que ahora los países
que detentan el poderío tecnológico, eran los países sub desarrollados de hace
unos siglos, que hicieron suyo los inventos de los denominados países sub
desarrollados de ahora y que al saber estos actuales países industrializados de
la ventaja y superioridad que da el poseer conocimientos tecnológicos, hayan elaborado
una serie de entramados legales y económicos para que países subdesarrollados,
no puedan adquirir la tecnología necesaria para poder elevar las
productividades de sus economías. Por
ejemplo, cuando “los Estados Unidos era
un país en desarrollo relativamente joven se negó a respetar los derechos de
propiedad intelectual internacionales con el argumento de que tenía derecho al
libre acceso a obras extranjeras para avanzar su desarrollo social y económico”
(Office of Technology Assessment 1986, 228.)
Hace unos años atrás en un estudio que
hizo Patel, Surendra J, sobre un informe de la UNCTAD, referido al análisis de
7,500 contratos sobre transmisión de tecnología en países en desarrollo,
concluyo que el grado de satisfacción tecnológica en la mayoría de estos
contratos era relativamente baja, dado que lo que primaba era la tecnología de
ensamblaje, mezcla o combinación de elementos importados. Ejemplo de ello en el
país actualmente es el anuncio que en noviembre del 2013, hizo la compañía
ucraniana de aviación Antonov, de abrir una planta de ensamblaje de aviones o
del acuerdo firmado entre la Fuerza Aérea del Perú y Korea Aerospace Industries
(KAI) de implementar un centro de ensamblaje de aviones KT-1P.
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